¿Un gato realmente siente afecto por ti?

La historia de “Mona” mi primera adoptada

Siempre tuve gatos en mi casa, no tantos como ahora, porque a mi abuelita y a la mamá de mi abuelita le gustaban. Pero no tenía cualquier gato, solo los gatos tipo smoking (blanco y negro). A mi abue le gustaba tener uno al pie de su cama.

Ella los cuidaba y quería, y cuando morían ella conseguía otro exactamente igual, llamándolos siempre “Mono”; fue así que tuvimos varias generaciones de “Monos” a lo largo de los años, aunque ninguno de ellos era “mío” como tal, ya que mi abuela y mis hermanas los adoptaban cuando se encontraban a uno por la calle o simplemente llegaba solo o si alguien nos regalaba uno.

Un día llegó Mona.

En la tienda de abarrotes ubicada en la esquina próxima a mi casa estaba ella, la vi cuando fui comprar huevos y leche. Estando en la puerta de la entrada todo mundo la pateaba y ahuyentaba, ella solo buscaba comida y esperaba a la salida por si alguien volteaba a verla. Supongo que me siguió a mí porque fui la única que la salude y le acaricié la cabeza.

Ya no me pude deshacer de ella en cuanto vi la enorme panza de embarazada que tenía, era tan solo una jovencita. Bajo el riesgo de ser echada de casa con una gata a punto de dar a luz, la abracé y le dije —“No te preocupes, tú y tus bebes estarán bien, yo voy a cuidar de ti”—, esa promesa le hice y se la cumplí hasta el día en que murió hace un año y medio, 14 años después. Y bueno, era mi primera gata tipo smoking así que la nombre “Mona”, (mi abue estaría orgullosa).

Mona no tenía un carácter fácil, supongo que el haber estado en la calle la hizo bastante indiferente, arisca y gruñona, pero no me dejé influir por esa impresión y empecé a dedicarle mucho tiempo y a tratar de comprender su lenguaje y necesidades. Poco a poco empecé a descubrir los encantos de una criatura maravillosa, extremamente inteligente y amorosa. No lo tenía fácil porque recién llegada a punto de parir, maltratada y con hambre, quien tienen ganas de hacer amistades.

Empecé a conectar con ella y la cuidé cuando parió; al tiempo empecé a sentirme fascinada por las muchas manifestaciones de amor que recibía por su parte (no sé si en agradecimiento por los cuidados que le presté a ella y a sus bebés) el caso es que puedo decir, sin lugar a dudas que ella me empezaba a tener cierto grado de aprecio. Y no era por interés, el hecho de que venía a buscarme, nada tenía que ver con que quisiera comida u otra cosa. Solo quería estar allá donde yo estaba, estirarse en mi regazo, dormir conmigo en mi almohada, estar en contacto con mi cuerpo, seguirme por toda la casa, frotar su cara contra la mía, amasarme cuando yo estaba estresada y ronronear cuando la acariciaba.

Desayunábamos, comíamos y cenábamos juntas, me esperaba al llegar cada dia del trabajo, me hacía compañía hasta tarde mientras trabajaba en pendientes hasta las 3 de la mañana, etc. En fin, no había mejor roomie.

Que mi gata tuviera ese gran apego hacia mí, era sin duda porque me amaba. En algunas ocasiones, cuando tenía que darle una pastilla o medicina o llevarla al veterinario, la tenía fácil para odiarme, pero no era así.

El caso de mi gata creo que es muy descriptivo del amor que sienten los gatos por sus humanos. Algo debí hacer bien para que tuviera tanto apego hacia mí. Hay demasiadas evidencias que demuestran de forma objetiva que esa gata me quería y no son presunciones mías.

Con ella aprendí muchas cosas, entre ellas, que cualquier animal tratado con amor y respeto será siempre fiel a ti, pero sobre todo, te engrandecerá como persona.

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